martes, 10 de marzo de 2009

La Teta Asustada (2009)



La noche del lunes tuve el privilegio de asistir al Avant Premier de "La Teta Asustada", la segunda película de Claudia Llosa, que acaba de ganar el Oso de Oro de Berlín, por lo que el de ayer fue uno de los preestrenos más anticipados y esperados del cine peruano.

La película narra la historia de Fausta, una humilde mujer andina que tiene "la teta asustada", una enfermedad que, según creencias andinas, se trasmite a través de la leche materna de las mujeres que fueron violadas durante la época del terrorismo en el Perú. Se trata de una enfermedad que se basa en el miedo. Fausta ha heredado el trauma que sufrió su madre, quién fue atacada precisamente cuando estaba embarazada. Ese es el estado inicial de esta historia, con Fausta cuidando de su madre anciana y cantando cada vez que siente miedo, para olvidar el temor que lleva escondido desde su nacimiento.



Todo cambia tras la muerte de su madre. El susto que invade a Fausta le provoca un desmayo. Un doctor la examina y descubre otro extraño secreto: Fausta lleva una papa en su vagina. Es una protección, un escudo, para evitar sufrir el mismo daño que sufrió su madre y muchas otras mujeres de su pueblo durante la época del terrorismo, porque "solo el asco deteiene a los asquerosos".

A partir de ese momento, la película se centra en la necesidad de Fausta de conseguir dinero para poder enterrar a su madre en su tierra natal. Entra a trabajar en la casa de una mujer mayor y solitaria, una cantante aristócrata que ha quedado repentinamente sin inspiración. Ahora Fausta debe hacer frente a todos los cambios, incertidumbres y miedos que eso implica para ella.

Esta es a grandes rasgos la historia de "La Teta Asustada", cuyo mayor merito no está necesariamente en la narración o en la historia narrada, sino, como han destacado anticipadamente algunos autores, en el hecho de que expone al debate público un tema que ha sido dejado de lado en la etapa de reconstrucción moral de los pueblos andinos del post terrorismo. Por primera vez se habla abiertamente de las mujeres que fueron violentadas durante la época de terror y de las consecuencias que esos actos generaron en ellas, en su comunidad y, sobre todo, en sus hijos.


Si bien la película no pretende ser un tratado al respecto, es importante y significativo el simple hecho de darle una voz a esas mujeres y a sus hijos, a las víctimas de esa enfermedad que no es otra cosa que el miedo en su estado más primitivo.


Y es ese miedo el que lleva los hilos de la película. Un miedo, que ya haciéndose más general, está presente en todos los personajes. El miedo al olvido, a la muerte, al fracaso, al ridículo, a la soledad, a la vergüenza. Es decir, la vida humana misma, porque muchas decisiones en nuestras vidas están basadas en estos y otros miedos, mayores o menores, pero miedos al fin.

Pero no es una película sobre el temor, sino la superación del mismo. Se trata, como dice la sinópsis, de un viaje del miedo a la libertad. Fausta se embarca en un proceso de revelación, en un redescubrirse a sí misma y al mundo. El resultado es un florecimiento bellamente simbolizado en la flor de papa de la escena final: una señal de que Fausta al fin se ha librado de la otra papa, la de la vagina, la del miedo, la que la mantenía atada a un recuerdo traumático desde que estaba en el vientre de su madre.




Y tal vez es ese el punto más destacado de la película. No sólo le da una voz a los hijos de la violencia, sino que les brinda una luz de esperanza, un mensaje positivo, de que es posible encontrar el alivio, dejando atrás el réncor y el miedo, y comenzando una nueva vida. Es un mensaje que se puede ampliar no solo a ellos, sino a todas las víctimas del terrorismo. Es una idea que va de la mano con la etapa de postguerra que vivió y vive el país, la etapa de la reconciliación y reivindicación.

Pero la película tiene otros méritos que van más allá del discurso. Hay que destacar también la correcta dirección artística y un buen trabajo de fotografía. La primera destaca en la reconstrucción del mundo andino limeño, en la pobreza, en las fiestas populares, con sus respectivos colores y texturas; y destaca también en su contraparte, en la inmensa casa donde trabaja Fausta. Y es en este lugar donde sobresale notablemente también la dirección fotográfica, con planos muy bellos de los diversos salones, cuya iluminación y composición dejan ver no solo la abundancia material de la dueña de la casa que se contrapone a la soledad en la que vive, sino también esa atmósfera de incertidumbre que dichos ambientes representan para la visión de Fausta, completamente ajenos a sus costumbres y al mundo que ella conoce. Pero esos claroscuros tienen que ver también con lo que ya hemos marcado: el miedo.

Mención aparte merecen los hermosos planos generales del barrio y la casa de Fausta, tomas casi fotográficas o pictóricas, que hacen recordar por momentos a las imágenes de Martín Chambi y la escuela indigenista, dándole a la película no solo una mayor riqueza estética, sino una fuerte carga cultural.


Otros medios ya lo han venido mencionando, y acá no podíamos dejar de nombrar a Magaly Solier, nóbel actriz que sobresale notoriamente del resto de actores con un talento nato sorprendente y una belleza misteriosa. Le brinda al personaje la naturalidad y sencillez necesarios y una expresividad cautivante y conmovedora. El resto de actores se destacan sobre todo por un notorio (pero no negativo) esfuerzo por hacer las cosas bien. Muchos de ellos dan la impresión (o tal vez lo dejan en claro) de no ser actores, sin que eso signifique que estén mal. Por el contrario, se sienten más cercanos a la realidad del mundo andino limeño. Sin embargo, hay que reconocer que con excepción de Magaly y Susi Sánchez (la dueña de la casa), las actuaciones son el punto más bajo, o en todo caso, el menos bueno.



En resumen, se trata de una película bien trabajada, con muchos puntos para destacar, y que, tras su estreno, debería dejar atrás algunos comentarios mezquinos que ya venían escuchándose tras su victoria en Berlín. No podría decir si merece el premio o no, porque sería injusto hablar sin haber visto el resto de películas. Pero sí hay que reconocer los méritos que tiene, y que no son pocos, que hemos tratado de recoger aquí. Vale la pena ir a verla y les recomiendo e invoco a que lo hagan. Que la disfruten (seguro que lo harán).